El norte es un gran desconocido para los extranjeros en Argentina, pero para los locales es de los destinos más populares. Así que después de alguna que otra conversación y consejo de amigo ¡para allá que nos encaminamos!
Empezamos el periplo en Tucumán, la provincia más pequeña de Argentina pero con 23 microclimas en ella. Y aquí el mundo del microclima es cosa seria, hasta el punto de que separados por 52km te encuentras dos pueblos, uno es bosque húmedos frío semijungla y el otro desierto puro y duro 😮!!
Por cosas de la vida (un partido de rugby que tenía Tafí del valle a tope) empezamos en Amaicha del Valle, el desierto! Y la verdad que fue un acierto.
Nos quedamos en un hostel llamado Pacha Cuty (ya aprovecho para publicitar ;)) donde Juan, el anfitrión, y el resto de la gente que conocimos allí hizo que terminamos pasando unos cuantos días más de lo previsto y más importante aún, que nos fuéramos con pena morena! Por ahi visitamos el desierto de noche, las ruinas de los indios Quilmes (con una maravillosa historia de como los españoles los masacramos que ya os contaré) y alguna cosa más que ya no recuerdo.
De allí fuimos al bosque-jungla (que seguro tiene otro nombre que yo desconozco) donde nos perdimos por las montañas con un amigo perruno que hicimos, al que bautizamos Max y que no ser separó de nosotros en todo el día (y que yo habría adoptado pero Heiko no me dejó :|).
La siguiente parada fue Salta “la linda”, una ciudad que conserva bastante edificios coloniales y tiene su encanto, la verdad. A destacar el museo de alta montaña! Os cuento la batalla para apreciéis la miga del asunto: resulta que los incas eran amigos del sacrificio infantil como ofrenda a los dioses, total que periódicamente desde todas las provincias del imperio (que llegaba hasta Argentina) se enviaban niños a la capital para formar parte de unas celebraciones locas que incluían casamientos entre los críos para fortalecer alianzas, tributos al Inca y otras actividades festivas y despiporres varios. Estos niños solían ser de buena familia e iban vestidos de “inc-armani”, muy bien, muy bien, con sus plumas y sus complementos. Después del lio, cada mochuelo volvía a su olivo (véase excursionismo de semanas andando por el camino del Inca cruzando las montañas) para ser recibidos en casa a lo grande. Pero ¡ay amigos, que el recibimiento tenía truco! Entre esto y aquello los ponían ciegos a chicha (destilado de maiz muy chungo) y cuando ya iban los pobres como las grecas, pues se los llevaban a las montañas más altas donde los enterraban vivos en una especie de cuevas subterráneas.
Total que allá vas tú, un alpinista de bien, dando una vuelta por un volcán a seis mil y pico metros cuando ¡zas! te encuentras con un enterramiento. Y por si no fuera suficiente dentro hay 3 niños incas perfectamente momificados. Por qué resulta que si vas de alcohol hasta las cejas, y te entierras en un sitio frio, sin luz y poco oxígeno te quedas como Jordi Hurtado 😮! Y en resumen, en este museo puedes ver las momias de niños incas de más de 500 años, que están tan perfectas que parecen dormidos… y mola mil y da cosica al mismo tiempo. Y lógicamente no tengo fotos, que eso hay que verlo en persona.
Ya saliendo de Salta, para terminar el periplo norteño nos fuimos a la quebrada de Humahuaca, en la provincia de Jujuy (sí, el nombre suena de coña pero es real). Aquí siguiendo muy buenas recomendaciones terminamos en un pueblín de adobe en medio de ningún sitio, con un montañorro detrás (al que llaman la paleta del pintor por la cantidad de colores que tiene), disfrutando de unos paisajes increíbles, unas caminatas serias y unas personas encantadoras y divertidas que nos hicieron sentir en casa y hasta nos prepararon tortilla de patatas deliciosa (beso grande a Vale y a Leti :)).
¡Y hasta aquí el norte!
Blanca por el mundo
No comparto la descripción, que roza lo cómico, del proceso y motivo por el cual los Incas ofrendaban a sus niños a los dioses. Se trataba de uno de los rituales más sagrados de la civilización. Ellos creían en la vida después de la muerte, y por ello enviaban a sus hijos a un viaje eterno (por tal motivo los niños se encontraban bien arreglados y con provisiones).
Tampoco creo que haberlos sacado de la montaña en nombre del progreso o el conocimiento del hombre. Me parece que una vez descubiertos, deberían haber sido analizados y estudiados, y luego ser devueltos a su lugar de descanso. Aquello hubiera significado un profundo entendimiento de esa parte de la cultura incaica. Pero no, el ser humano moderno, en su hambre de conocimiento y progreso, destruye años de creencias.
Por otra parte, comparto contigo la onda del hostel Casa Chica.
Saludos!
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Muchas gracias por tu comentario Leo, pero permiteme un par de aclaraciones. Los incas no creían en la vida después der la muerte, sino que no habían distinción, para ellos era una continuidad. Los niños se encontraban arreglados por la celebración en cuestión pero no llevaban viandas, como ocurre con los egipcios que sí ser preparan para el viaje al más allá. En el caso de los incas los niños son una ofrenda para asegurar buenas cosechas, entregan vidas para recolectar frutos.
Respecto a lo de sacarlos del enterramiento o no, la motivación no es otra que evitar el saqueo de las tumbas, como ha sucedido en otros enterramientos que se han encontrado en la zona. Yo ahí, la verdad, es que no me pronuncio, hay argumentos válidos en ambas posturas. ☺
Saludos!
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